sábado, 28 de marzo de 2009

Luz clandestina....

Luz no llegaba a Luz, ella era Lucecita. Lucecita por sus padres, sus hermanos y sus amigos… ¿Quiénes quedan?... a esa edad, nadie.
Lucecita jugaba a ser Luz y brillaba en su inexperiencia. En su brazo derecho yacía una bebé que no lloraba y era llamada Fabiola, aunque a veces tenía otros nombres, y en su mano izquierda un biberón de aquellos que nunca se quedan sin leche. Lucecita reía, corría y lloraba. A veces Fabiola caía de sus brazos, pero no lloraba, era más valiente que Lucecita.
Lucecita jugaba con las luciérnagas, las tocaba. Lucecita jugaba con las estrellas, pero no podía tocarlas. También jugaba con Pedrito, el hijo del albañil, aquel que se sentía atraído por la piel de Lucecita, aquella piel blanquecina y con aroma a crema humectante, como a rosas o talvez a vainilla. Pedrito olía su brazo, no olía a brazo o a rosas o a vainilla, sino a cemento y a veces a cenicero. Resultaba divertido jugar con los ceniceros de papá. Ya que papá no dejaba que jugara con aquella luz que metía en su boca, esa que le provocaba tanto placer, esa que despide tanto humo y que huele a cenicero. Lucecita consiguió una de esas para Pedrito. Pedrito se sorprendió de Lucecita, de sus habilidades clandestinas. Pedrito en sus adentros admiraba a Lucecita, porque su mamá no la regañaba. Lucecita solía invitar a Pedrito a su casa, llevarlo a su cuarto y proponerle juegos nuevos, de esos que nunca había conocido, de esos que hacían los papás de Lucecita y de otros que hacían Domingo y Sabrina, los hermanos de Lucecita, de esos en los que el que no se quita la ropa, pierde. También aquel que tanto les gustaba, el de respirar aquel talco que Lucecita sacaba del bolso de Sabrina, luego jugaban a alcanzar a la jirafa púrpura y escuchar el canto de los osos de peluche. Eran un coro excelente. Luego llegaba Domingo y jugaban al doctor. Ese juego no era tan divertido, pero era el único que Domingo quería jugar. Sin duda, la familia de Lucecita era la familia perfecta. Todos jugaban y compartían sus juegos. Mientras que Pedrito, tenía que pasar aburridas horas en la escuela, todo un castigo. ¡Diablos! ¡Que injusta es la vida con los pobres!...

No hay comentarios:

Publicar un comentario