viernes, 13 de febrero de 2009

Cuando me case con tu almohada, beberé té como una viuda cansada de fingir que no desea respaldo, fingiré que no deseo alivio. Cuando vuele por el llanto, beberé té al compás de tus latidos y absorberé el limón sin fruncir un labio. Estaré tan ebria para entonces.
La locura de la cantante llorona, las líneas de grana sonriendo en tu espalda, un suspiro ahogado por la noche suicida. Eso y nada más…
Cuando te regale una sonrisa opacada por la muchedumbre, beberé té sorbo a sorbo y en cada sorbo suplicaré tu nombre. Cuando calle el gemido, cuando se hiera la noche con el rasgar del peligro, cuando digas que no me conoces, cuando olvides mi nombre, cuando tu boca llegue al punto de ebullición. Beberé un té de lujuria y calmaré los sentidos. Una vez más, por ti y por mí.
Cuando creas que has olvidado el sentido del olvido, olvidarás, después de tanto, haberme conocido.
Cuando llores, cuando inhales el cigarro solo y confundido, será entonces que existo para ti. Mientras tanto, beberé té a solas en mi cama, observándote en la ventana al caer en sueño la ciudad, aquella que habla. Para entonces, no habrá sonido.
Un té para dos…
Y bajo la mesa se escucha un zumbido. Sí, es la conciencia. Mi amor, es tu conciencia… entonces serviré otra taza de té, que después de enfriarse, se beberá sola.
Sorbe un poco de té y verás las estrellas, verás la penumbra, verás la luna, verás el sol, verás un barco de papel anunciando un viaje gratuito al paraíso… pero no verás el polvo salir de mi bolsillo. Sorbe un trago de té, amor mío.

Cuando creas que has amado mudamente, cuando creas que esto es un laberinto, cuando llores en mi hombro, niño mío, te invitaré a otra taza de té. Cuando tus mejillas se entumezcan y no quede más remedio que sonreír abatido. Cuando sientes que no eres tú, búscame, siempre estaré sola. Sola para ti. Beberemos una taza de té y solo recordarás el siguiente día. Un té de sonrisa, a tu lado. Y otra vez, por ti y por mí. Beberemos un té en nombre de los dos y las estrellas cantarán en un coro y la sinfonía la haremos tú y yo.

El resultado después de la pesca


(no quiero problemas con "derechos de autor", link de la página original: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEim6v4qI8xjhOquakNFpiGNVwM2IH8IcwN6Ei1my6rbsVp4sZIVKBz0L1_jzoggKNi4CgNZYJDBjdTmcSmB7EPZ-1RLk4BJ5qRHg2V3FIlLmLQIfF9sLQcJzbPLL5hGxbW8GZ_Nz2XbxzU/s400/20070408162520-salgadasebastiao-vejez-.jpg)

El resultado después de la pesca, siempre es el mismo. No importa si brota la sangre, si me esfuerzo hasta el cansancio o si cae la noche… siempre es el mismo, ¡Maldita sea! ¡Maldito océano! ¡Maldito cielo!... ¡Malditos todos!...
Moriré senil y testarudo, amargado y herido. En fin, moriré y eso es lo que importa. El resultado después de la pesca, me da asco. Pero la pesca es para los ancianos. Moriré llorando en la playa, mientras los niños ríen. Moriré y se volverá a mencionar mi nombre.
Envejezco, lo sé. El resultado después de la pesca, me huele a muerte, porque no hay peces. Me huele a playa limpia, limpia de vida. Logró despojarse de los malditos seres vivientes.
¡Hombre! Sí, Tú… ¡Maldito seas!... eres tan egoísta que no dejas un pez siquiera, ni uno solo, ni para este anciano que se pudre en la espera.
¡Maldita la vida! ¡Maldita la vejez!... el resultado después de la pesca, es el mismo, terminar vomitando maldiciones. Maldiciones y sangre. Maldiciones y asco. El asco que me provoca la vida misma.
El resultado después de la pesca es, entre tanto, la soledad de este anciano que regresa a casa para hablar con él mismo sobre cómo estuvo la pesca.

domingo, 8 de febrero de 2009

Sin mí

Saliste.
Saliste sin mí, yo misma te he visto.
Vi que escapabas de nuestro hogar, nuestra dulce morada.
¿Acaso no me amas?... ¡Respóndeme! ¿No me amas?...
Lamento todas las veces en que te he gritado, todas las veces en que te he golpeado. Incluso, lamento haber quemado tu piel. Ya te dije que me habías hecho enojar demasiado aquella tarde.
Lo lamento, tú sabes que eres lo único que tengo, mi única compañía. Sabes que eres como un hijo para mí. Sé que a mi edad los achaques hacen que recurra a la violencia. Pero, así mismo, sabes que no soy muy buena con aquello de demostrar mis sentimientos. Pero es mi forma de quererte. Y tú lo sabes.
Lamento haber roto la silla de madera en tu espalda, debes admitir que me habías enfurecido con esas actitudes inmaduras tuyas de querer comer y querer ladrar todo el tiempo. Sabes que eso me enfurece mucho.
Pero, ¿Por qué te fuiste?... ¿Por qué te fuiste sin mí?...
Ya no quieres cuidar a esta pobre anciana, de seguro es eso.
Pobre de mí…
Te has ido quién sabe dónde. Corriendo. Sabes que no puedo seguirte.
Un día te sentirás solo y volverás a mí. Lo sé.
Pobre de mí…
¿Por qué te fuiste?... Así, sin mí…




Dedicado a todos aquellos que huyen, así como si nada. Aquellos que huyen de todo y a la vez, huyen de nada. Aquellos que huyen por el placer de huir. Aquellos que huyen sin rumbo fijo, porque, a veces, el “sin rumbo” es el camino a casa. Pero shhh… no le digas a nadie…

Confesiones

Todos lloran, hasta los que no pueden ver. Todos han llorado alguna vez. Algunos creyendo que no lloraban, algunos otros creyendo que no volverían a llorar. El llanto es a veces un secreto. El llanto es un tema malísimo para hablar en este momento, así que… shhh… no le digas a nadie…
Una rosa estaba en un jardín, una gota rozaba el volumen de su corpóreo aroma. Eso la incomodaba de cierto modo. La rosa era púrpura, púrpura porque el resto eran carmesí y no deseaba ser corriente, así que adoptó una pigmentación original. Una abeja rozó sus felpudas y punzantes patas sobre su figura. Eso también la incomodaba. La abeja succionó abusivamente toda su dulce esencia, sin su consentimiento. ¿Qué pretendía esa abeja?... Eso la incomodaba aún más. La rosa se sentía demasiado sensible, no era capaz de sentirse cómoda con nada, sólo con la vanidad y satisfacción que le provocaba el ser observada y admirada, pero nunca, jamás tocada. De la médula en su espalda brotaron llagas, de las llagas púas, de las púas dagas, de las dagas… violencia que matizaba exóticamente con esa vanidad.
El hombre… ja ja ja ja… el ingenuo hombre de la tierra. Usando sus métodos de cortejo pretendía entre líneas reproducirse con la mujer y luego huir cuando conozca el lado animal del ser humano, cuando se entere que la mujer procrea a raíz de los impulsos que lo tienen cortejándola.
- ¡Mamacita, te voy a regalar una florcita!...
La mujer… ja ja ja ja… la ingenua mujer de la tierra. Un buen partido llama a su puerta: Romántico y poético, de esos que no quieren sobrepasarse. Aquel que le dijo que la ama mientras colaba sus manos entre sus piernas, esas piernas de térreo marrón llenas de lunares rosados, lunares de piel carcomida, de aquellas huellas que dejó la mal-cuidada varicela. Sí, él la amaba porque la acariciaba diciéndole que la amaba. ¡Eso es amor, amor verdadero!...
- ¡Mamacita, te voy a regalar una florcita!... esta moradita, tan bonita como vos…
El adolescente, en su ritual de cortejo, tocó la rosa. La rosa se incomodó…
- ¡Déjame! ¡No me toques!...
El adolescente seguía forzando la espalda de la rosa, deseaba arrancársela, partir en dos su espalda. Mientras que la rosa seguía forcejeando contra esas abusivas manos.
El adolescente… ja ja ja ja… el ingenuo adolescente de la tierra. No sabía que la rosa tenía una estrategia de defensa, la rosa acrecentó sus espinas, las insertó a través de esa morenísima piel emblanquecida de las palmas, la rosa bebía embriagándose de ese líquido carmesí, la rosa insertó una espina desde su espalda hacia el caudal del que brotaba ese embriagante néctar. El adolescente de la tierra no sabía qué hacer, sangre brotaba de su muñeca izquierda, eso le causaba dolor, la rosa succionaba de sus venas su vida, su piel empalideció sin derramar una sola gota, la rosa la estaba bebiendo toda. La rosa estaba extasiada.
El hombre, el adolescente, el buen prospecto, el amor de su vida… estaba cayendo completamente vacío, hecho cadáver hacia el suelo, su piel mortecina se había esclarecido. Una equimosis en la muñeca de su amado. La mujer, la ingenua mujer de la tierra había perdido a su amado, a su príncipe. Su cabeza generaba una teoría: que su hombre había muerto de alguna enfermedad que lo estuviese convirtiendo en albino, por lo rápido que esclareció su piel, que quizás no soportó su transformación en rubio o talvez, que había muerto de amor por ella. Sea lo que fuese, le resultaba romántico y se lanzó hacia su amado llorando y sollozando.
La rosa, en cuestión de segundos de había ensanchado y enrojecido vivamente. Brillando con ese púrpura rojizo que brillaba en su cabeza y esas púas que ya no permanecían erectas. La rosa estaba más viva que nunca y ebria de satisfacción. Pero, shhh… no le digas a nadie que fue ella quien mató al adolescente…