domingo, 8 de febrero de 2009

Confesiones

Todos lloran, hasta los que no pueden ver. Todos han llorado alguna vez. Algunos creyendo que no lloraban, algunos otros creyendo que no volverían a llorar. El llanto es a veces un secreto. El llanto es un tema malísimo para hablar en este momento, así que… shhh… no le digas a nadie…
Una rosa estaba en un jardín, una gota rozaba el volumen de su corpóreo aroma. Eso la incomodaba de cierto modo. La rosa era púrpura, púrpura porque el resto eran carmesí y no deseaba ser corriente, así que adoptó una pigmentación original. Una abeja rozó sus felpudas y punzantes patas sobre su figura. Eso también la incomodaba. La abeja succionó abusivamente toda su dulce esencia, sin su consentimiento. ¿Qué pretendía esa abeja?... Eso la incomodaba aún más. La rosa se sentía demasiado sensible, no era capaz de sentirse cómoda con nada, sólo con la vanidad y satisfacción que le provocaba el ser observada y admirada, pero nunca, jamás tocada. De la médula en su espalda brotaron llagas, de las llagas púas, de las púas dagas, de las dagas… violencia que matizaba exóticamente con esa vanidad.
El hombre… ja ja ja ja… el ingenuo hombre de la tierra. Usando sus métodos de cortejo pretendía entre líneas reproducirse con la mujer y luego huir cuando conozca el lado animal del ser humano, cuando se entere que la mujer procrea a raíz de los impulsos que lo tienen cortejándola.
- ¡Mamacita, te voy a regalar una florcita!...
La mujer… ja ja ja ja… la ingenua mujer de la tierra. Un buen partido llama a su puerta: Romántico y poético, de esos que no quieren sobrepasarse. Aquel que le dijo que la ama mientras colaba sus manos entre sus piernas, esas piernas de térreo marrón llenas de lunares rosados, lunares de piel carcomida, de aquellas huellas que dejó la mal-cuidada varicela. Sí, él la amaba porque la acariciaba diciéndole que la amaba. ¡Eso es amor, amor verdadero!...
- ¡Mamacita, te voy a regalar una florcita!... esta moradita, tan bonita como vos…
El adolescente, en su ritual de cortejo, tocó la rosa. La rosa se incomodó…
- ¡Déjame! ¡No me toques!...
El adolescente seguía forzando la espalda de la rosa, deseaba arrancársela, partir en dos su espalda. Mientras que la rosa seguía forcejeando contra esas abusivas manos.
El adolescente… ja ja ja ja… el ingenuo adolescente de la tierra. No sabía que la rosa tenía una estrategia de defensa, la rosa acrecentó sus espinas, las insertó a través de esa morenísima piel emblanquecida de las palmas, la rosa bebía embriagándose de ese líquido carmesí, la rosa insertó una espina desde su espalda hacia el caudal del que brotaba ese embriagante néctar. El adolescente de la tierra no sabía qué hacer, sangre brotaba de su muñeca izquierda, eso le causaba dolor, la rosa succionaba de sus venas su vida, su piel empalideció sin derramar una sola gota, la rosa la estaba bebiendo toda. La rosa estaba extasiada.
El hombre, el adolescente, el buen prospecto, el amor de su vida… estaba cayendo completamente vacío, hecho cadáver hacia el suelo, su piel mortecina se había esclarecido. Una equimosis en la muñeca de su amado. La mujer, la ingenua mujer de la tierra había perdido a su amado, a su príncipe. Su cabeza generaba una teoría: que su hombre había muerto de alguna enfermedad que lo estuviese convirtiendo en albino, por lo rápido que esclareció su piel, que quizás no soportó su transformación en rubio o talvez, que había muerto de amor por ella. Sea lo que fuese, le resultaba romántico y se lanzó hacia su amado llorando y sollozando.
La rosa, en cuestión de segundos de había ensanchado y enrojecido vivamente. Brillando con ese púrpura rojizo que brillaba en su cabeza y esas púas que ya no permanecían erectas. La rosa estaba más viva que nunca y ebria de satisfacción. Pero, shhh… no le digas a nadie que fue ella quien mató al adolescente…

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