domingo, 8 de febrero de 2009

Sin mí

Saliste.
Saliste sin mí, yo misma te he visto.
Vi que escapabas de nuestro hogar, nuestra dulce morada.
¿Acaso no me amas?... ¡Respóndeme! ¿No me amas?...
Lamento todas las veces en que te he gritado, todas las veces en que te he golpeado. Incluso, lamento haber quemado tu piel. Ya te dije que me habías hecho enojar demasiado aquella tarde.
Lo lamento, tú sabes que eres lo único que tengo, mi única compañía. Sabes que eres como un hijo para mí. Sé que a mi edad los achaques hacen que recurra a la violencia. Pero, así mismo, sabes que no soy muy buena con aquello de demostrar mis sentimientos. Pero es mi forma de quererte. Y tú lo sabes.
Lamento haber roto la silla de madera en tu espalda, debes admitir que me habías enfurecido con esas actitudes inmaduras tuyas de querer comer y querer ladrar todo el tiempo. Sabes que eso me enfurece mucho.
Pero, ¿Por qué te fuiste?... ¿Por qué te fuiste sin mí?...
Ya no quieres cuidar a esta pobre anciana, de seguro es eso.
Pobre de mí…
Te has ido quién sabe dónde. Corriendo. Sabes que no puedo seguirte.
Un día te sentirás solo y volverás a mí. Lo sé.
Pobre de mí…
¿Por qué te fuiste?... Así, sin mí…




Dedicado a todos aquellos que huyen, así como si nada. Aquellos que huyen de todo y a la vez, huyen de nada. Aquellos que huyen por el placer de huir. Aquellos que huyen sin rumbo fijo, porque, a veces, el “sin rumbo” es el camino a casa. Pero shhh… no le digas a nadie…

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